En mi segundo día  en Tanzania se me puso a llover por el mediodía. En las dos horas que estuve esperando a que amainara en un pajar que encontré, conseguimos yo y Colorado (el cicloviajero con el que compartía carretera en esos momentos) distraer las miradas curiosas de un grupo de 10 niños con una película. Incluso sin volumen, se tragaron más de media hora tan apelotonados como podían.