En una de mis paradas dejé, como siempre, un palo sujetando la bicicleta. Y es que si me encuentro en medio del desierto con ganas de mear no quiero tener que esperar a encontrar un árbol para parar o dejar la bicicleta en el suelo corriendo el riesgo de destrozar algún objeto delicado que guardo en mis alforjas.
Así, al volver de la parada y querer sacar el palo me doy cuenta de que este se ha hundido en el asfalto. Por una milésima de segundo (quizás más, a veces soy un poco estúpido), pensé que mi bicicleta pesaba lo suficiente como para haber hecho el agujero… pero obviamente el asfalto llevaba poco tiempo y seguía algo blando.